Lo que sus ojos no deben ver

Lo que sus ojos no deben ver
Collage by Franchini

martes, 10 de marzo de 2015

A pecho cerrado

¿Te acuerdas la primera vez que respiraste? Apuesto que no, nadie se acuerda de eso, ese tipo de cosas, están presentes, en alguna parte de la vida de todos, pero nadie las recuerda.
Lo que si no puedes negar es las veces que visitaste el doctor, el miedo y la emoción que te daba. “La mayoría de las curas siempre duelen, pero son mejor que la enfermedad”, exacto, no recuerdo, pero algo así decía mi abuelo.

Entre el estruendo de la gente y el calor del transporte público del DF, encontré su nombre, baje la mirada porque me llamó la atención la melena de esa chava, de cuya mochila salía una tarjeta con aquellas letras.
Todo hacía juego en ella; sus mejillas, el color cobre y rojizo de su cabello, y menos degradado en lo que era más o menos, una salsa entre rojo carmín y rojo sangre; iba cayendo lentamente un corazón  impreso en una tarjeta azul:

Jonás Téllez
Cardiólogo.


Para avisarle, entre hombros, cabezas y torsos, estiré el brazo y logré tocar su espalda, que descubría una piel perfecta, cuyas pecas estorbaban y al mismo tiempo remarcaban, que ese color de cabello, no era en balde.
Sentí la humedad y hasta ahora, puedo decir, que mis llemas surcaron la textura de esas pecas. El gesto al voltear y ver mis ojos dirigiéndose al piso, no logró nada, me refiero que la tarjeta del doctor, no era su cometido… en su lugar, hizo una mueca de pena y burla. (La mujer es especialista en esta mueca, o sólo le he prestado atención a esta acción en mujeres).
Saltó hasta la puerta del camión, y abandonó la unidad, junto con un par de señoras que parecían apuradas y asqueadas por el olor, un muchacho con una patineta, que retadoramente miró de arriba abajo a dichas mujeres, y seis u ocho personas más, de las que difícilmente me acuerdo del color de su ropa.


No evité recoger la tarjeta, juro que la tomé muy fuerte y con esa misma emoción con la que un niño brinca a una alberca, y con el mismo miedo de no tocar fondo en esta misma, caminé a toda marcha a la oficina.

Esa misma noche, llegué al departamento y como enamorados, puse a la cartera y el móvil en la mesa, los observe un momento y por un momento llegué a creer que en verdad se amaban, reí porque me resulta estúpido darle vida anímica a los objetos, siempre lo he hecho, argumentando mi simpleza y “buen humor”.

Como una caja de medicina, tomé la cartera, la abrí buscando dos tarjetas más, la de un odontólogo, al que jamás visité y la de del dermatólogo que me solucionó mis problemas de acné en la adolescencia.

Las tiré, y puse el corazón y a Jonás Téllez, frente a mi carnet, mi identificación oficial y un billete de la suerte, que me había obsequiado mi tía una navidad.
Hablé con el cardiólogo, ese hombre sabía lo que hacía. Tenía una voz que perfectamente encajaba con sus palabras, dijo conocer una terapia de ondas que viajaban al cerebro, para conectarse al corazón, y que todo mundo la necesitaba.

Me preguntó el porqué de mi llamada, y no supe que contestarle, pero inmediatamente, me agendó una cita, suponiendo que todo mundo necesitaba saber del bombeo de sangre, y sus cuidados.
Antes de acudir a su consultorio, valoré si realmente necesitaba de su servicio,  pensé en todos los doctores y los consultorios que había pisado, no sé por qué.

¿Todos pensamos lo mismo, antes de situaciones como esta?

Este se preocupa, por lo más importante, el órgano por el cual camino, pienso y existo (cerebro: no te enceles.) Llamó una tarde sólo para preguntar mis alergias, le contesté que ninguna, me recomendó unas pastillas y me hablo de un masaje de pecho, que facilitaría la circulación. Antes de decirle que no me sentía falto de circulación, se despidió y colgó.
Llego el día, mantuve la fé. La fé de no temer. En una sala totalmente soleada, llegué más temprano, no se encontraba solo. Su asistente, que no parecía enfermera, me saludó y me dijo que esperara un momento.
En cuanto dijo esto, él me vio mi cara, escuchó mi voz y su mirada penetró la camisa, voló uno de los botones transparentes, juro que le molestó que llevara camiseta interior, y pudo ver lo fuerte y lo ancho que era mi pecho,  cosa que según él, hablaba de un corazón trabajando más de lo normal.

En ocasiones, el tema del corazón en un pecho ancho, daba la impresión de una fijación, pero al mismo tiempo, de una anomalía que debía combatir, (No sé si combatir, es lo adecuado).
Me pidió que me recostará, y que descubriera mi camisa, ya no preguntaba más, ya no quería escucharme, sólo se concentró y entro en un ligero trance, cuando puso el estetoscopio helado, igual que sus dedos, sobre mi pecho.

Rozaba cada una de mis tetillas y para entonces, mi corazón se sacudía como un animal en un saco de tela, que al ser capturado, busca defenderse y al mismo tiempo escapar de su cazador. Los ojos en blanco y un segundo después mi cerebro dejó de trabajar.
Desperté en el pasto, con una costura en la piel, exactamente en cada oreja y otra detrás de la nuca, no dolía, no sé qué hizo, nunca le pregunté,  pero tomé mi chamarra, su tarjeta y en vez de ir a la oficina, fui a dormir a casa.

Por la mañana los puntos que causaban una sonrisa en mi rostro comenzaron a desaparecer,  pero ahora si se sentían, no puedo hablar de dolor, pero si de una presencia.
Me llamó y me indicó que mi dieta y mis hábitos debían cambiar, por la reciente operación. No pude recriminarle algo que no autoricé pero en cambio asentí con la cabeza, olvidando, que estábamos al teléfono. Y de nuevo reí y me argumenté por la simpleza de mis pensamientos.

En cada visita analizaba lo mal que llevaba el tratamiento, nunca mencionó uno como tal, pero si señaló los errores de alimentación y sedentarismo que realizaba.
No seguí al principio sus indicaciones, no era rebeldía simplemente costumbre. En cierta ocasión, en un café de la ciudad, me sorprendió tomando una malteada, aunque no le di importancia, la ofensa me costó ser tachado como falto de seriedad.
En las últimas visitas, me  proporcionó masajes de pecho, dijo que me estaba preparando para su primera operación a pecho cerrado, que mi corazón pedía a gritos ser ablandado.
Además me mostró fotos de alrededor de 4 personas, que habían fallecido en la camilla donde yo estaba. En esta parte me hago responsable, de esto, de la jugarreta, que una conexión y un momento de lucidez de mi cerebro, me jugaron. El miedo, la emoción, el vómito verbal, y una lluvia de ideas, parecida a la de las fuerzas armadas, ante la pregunta de un general. Me hicieron aceptar el proceso.
Bonita chingadera. Solo a mí me gusta meterme en líos así de ilegales. Sigo pensando en porque acepté

Tras una serie de llamadas, gritos, bilis y su fuerza para aplicarme la anestesia, ahí estaba sintiendo todo, pero sin poder mover, decir, o quejarme de algo. Lo último que recuerdo fue mi mano, apretando su duro y grueso brazo, pero era inútil, el otro controlaba mis manos.

Con una mascarilla yo, transparente, podía mover los labios, sentir todo en mi cuerpo, y lo peor, gracias a una reacción secundaria de la anestesia, mi cerebro regresó y muy alerta.
Él con un cubre bocas, vociferaba, lo mal que la operación terminaría, y al mismo tiempo leía mis labios, pero no me oía.
Yo sólo deseaba que todo terminará, en vez de tomar mi corazón entre sus manos, golpeaba mi pecho, como si de falta de aire se trataba, quería revivirlo, pero yo veía como latía, desde arriba y desde abajo, quedan muy lejos, se habla distinto, se ve distinto, y en esta ocasión se entiende distinto.

Con una fibra, comenzó a hacer mini cortes en los nervios de mi corazón, mientras veía como sangraba se estremecía, no sé si era encanto o todo lo contrario. Pero no lo olvidé.
Con un tenedor, abrió las costillas aún más y recordaba, con lágrimas en los ojos, que la operación sería un fracaso por el pésimo tratamiento y preparación pre quirúrgica que lleve a cabo.
No podía moverme, pero ahora entiendo porque mi abuelo hablaba de ese dolor, en el momento en el que mi corazón dejo de sacudirse, gradualmente, recordé desde los masajes, hasta el color de la tarjeta y el cabello de la chica del transporte.

La operación había sido muy dolorosa, pero quizá en mi ciudad es lo mejor, ya no me va a volver a doler. Mi pecho intacto, y unos guantes de látex rotos, un largo respiro…
Otra muerte por operación de corazón, a pecho cerrado.



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