¿Te acuerdas la primera vez que respiraste? Apuesto que no,
nadie se acuerda de eso, ese tipo de cosas, están presentes, en alguna parte de
la vida de todos, pero nadie las recuerda.
Lo que si no puedes negar es las veces que visitaste el doctor,
el miedo y la emoción que te daba. “La mayoría de las curas siempre duelen,
pero son mejor que la enfermedad”, exacto, no recuerdo, pero algo así decía mi
abuelo.
Entre el estruendo de la gente y el calor del transporte
público del DF, encontré su nombre, baje la mirada porque me llamó la
atención la melena de esa chava, de cuya mochila salía una tarjeta con
aquellas letras.
Todo hacía juego en ella; sus mejillas, el color cobre y rojizo de
su cabello, y menos degradado en lo que era más o menos, una salsa entre rojo
carmín y rojo sangre; iba cayendo lentamente un corazón impreso en una tarjeta azul:
Jonás Téllez
Cardiólogo.
Para avisarle, entre hombros, cabezas y torsos, estiré el
brazo y logré tocar su espalda, que descubría una piel perfecta, cuyas pecas
estorbaban y al mismo tiempo remarcaban, que ese color de cabello, no era en
balde.
Sentí la humedad y hasta ahora, puedo decir, que mis llemas
surcaron la textura de esas pecas. El gesto al voltear y ver mis ojos
dirigiéndose al piso, no logró nada, me refiero que la tarjeta del doctor, no
era su cometido… en su lugar, hizo una mueca de pena y burla. (La mujer es
especialista en esta mueca, o sólo le he prestado atención a esta acción en
mujeres).
Saltó hasta la puerta del camión, y abandonó la unidad,
junto con un par de señoras que parecían apuradas y asqueadas por el olor, un
muchacho con una patineta, que retadoramente miró de arriba abajo a dichas
mujeres, y seis u ocho personas más, de las que difícilmente me acuerdo del
color de su ropa.
No evité recoger la tarjeta, juro que la tomé muy fuerte y
con esa misma emoción con la que un niño brinca a una alberca, y con el mismo
miedo de no tocar fondo en esta misma, caminé a toda marcha a la oficina.
Esa misma noche, llegué al departamento y como enamorados,
puse a la cartera y el móvil en la mesa, los observe un momento y por un
momento llegué a creer que en verdad se amaban, reí porque me resulta estúpido
darle vida anímica a los objetos, siempre lo he hecho, argumentando mi simpleza
y “buen humor”.
Como una caja de medicina, tomé la cartera, la abrí buscando
dos tarjetas más, la de un odontólogo, al que jamás visité y la de del
dermatólogo que me solucionó mis problemas de acné en la adolescencia.
Las tiré, y puse el corazón y a Jonás Téllez, frente a mi
carnet, mi identificación oficial y un billete de la suerte, que me había
obsequiado mi tía una navidad.
Hablé con el cardiólogo, ese hombre sabía lo que hacía.
Tenía una voz que perfectamente encajaba con sus palabras, dijo conocer una
terapia de ondas que viajaban al cerebro, para conectarse al corazón, y que
todo mundo la necesitaba.
Me preguntó el porqué de mi llamada, y no supe que
contestarle, pero inmediatamente, me agendó una cita, suponiendo que todo mundo
necesitaba saber del bombeo de sangre, y sus cuidados.
Antes de acudir a su consultorio, valoré si realmente
necesitaba de su servicio, pensé en
todos los doctores y los consultorios que había pisado, no sé por qué.
¿Todos pensamos lo mismo, antes de situaciones como esta?
Este se preocupa, por lo más importante, el órgano por el cual camino, pienso y existo (cerebro: no te enceles.) Llamó una tarde sólo para
preguntar mis alergias, le contesté que ninguna, me recomendó unas pastillas y
me hablo de un masaje de pecho, que facilitaría la circulación. Antes de
decirle que no me sentía falto de circulación, se despidió y colgó.
Llego el día, mantuve la fé. La fé de no temer. En una sala
totalmente soleada, llegué más temprano, no se encontraba solo. Su asistente,
que no parecía enfermera, me saludó y me dijo que esperara un momento.
En cuanto dijo esto, él me vio mi cara, escuchó mi voz y su
mirada penetró la camisa, voló uno de los botones transparentes, juro que le
molestó que llevara camiseta interior, y pudo ver lo fuerte y lo ancho que era
mi pecho, cosa que según él, hablaba de
un corazón trabajando más de lo normal.
En ocasiones, el tema del corazón en un pecho ancho, daba la
impresión de una fijación, pero al mismo tiempo, de una anomalía que debía
combatir, (No sé si combatir, es lo adecuado).
Me pidió que me recostará, y que descubriera mi camisa, ya
no preguntaba más, ya no quería escucharme, sólo se concentró y entro en un
ligero trance, cuando puso el estetoscopio helado, igual que sus dedos, sobre
mi pecho.
Rozaba cada una de mis tetillas y para entonces, mi corazón
se sacudía como un animal en un saco de tela, que al ser capturado, busca
defenderse y al mismo tiempo escapar de su cazador. Los ojos en blanco y un
segundo después mi cerebro dejó de trabajar.
Desperté en el pasto, con una costura en la piel,
exactamente en cada oreja y otra detrás de la nuca, no dolía, no sé qué hizo,
nunca le pregunté, pero tomé mi
chamarra, su tarjeta y en vez de ir a la oficina, fui a dormir a casa.
Por la mañana los puntos que causaban una sonrisa en mi
rostro comenzaron a desaparecer, pero
ahora si se sentían, no puedo hablar de dolor, pero si de una presencia.
Me llamó y me indicó que mi dieta y mis hábitos debían
cambiar, por la reciente operación. No pude recriminarle algo que no autoricé
pero en cambio asentí con la cabeza, olvidando, que estábamos al teléfono. Y de
nuevo reí y me argumenté por la simpleza de mis pensamientos.
En cada visita analizaba lo mal que llevaba el tratamiento,
nunca mencionó uno como tal, pero si señaló los errores de alimentación y
sedentarismo que realizaba.
No seguí al principio sus indicaciones, no era rebeldía
simplemente costumbre. En cierta ocasión, en un café de la ciudad, me
sorprendió tomando una malteada, aunque no le di importancia, la ofensa me costó
ser tachado como falto de seriedad.
En las últimas visitas, me
proporcionó masajes de pecho, dijo que me estaba preparando para su
primera operación a pecho cerrado, que mi corazón pedía a gritos ser ablandado.
Además me mostró fotos de alrededor de 4 personas, que
habían fallecido en la camilla donde yo estaba. En esta parte me hago
responsable, de esto, de la jugarreta, que una conexión y un momento de lucidez
de mi cerebro, me jugaron. El miedo, la emoción, el vómito verbal, y una lluvia
de ideas, parecida a la de las fuerzas armadas, ante la pregunta de un general.
Me hicieron aceptar el proceso.
Bonita chingadera. Solo a mí me gusta meterme en líos así de
ilegales. Sigo pensando en porque acepté
Tras una serie de llamadas, gritos, bilis y su fuerza para
aplicarme la anestesia, ahí estaba sintiendo todo, pero sin poder mover, decir,
o quejarme de algo. Lo último que recuerdo fue mi mano, apretando su duro y
grueso brazo, pero era inútil, el otro controlaba mis manos.
Con una mascarilla yo, transparente, podía mover los labios,
sentir todo en mi cuerpo, y lo peor, gracias a una reacción secundaria de la
anestesia, mi cerebro regresó y muy alerta.
Él con un cubre bocas, vociferaba, lo mal que la operación
terminaría, y al mismo tiempo leía mis labios, pero no me oía.
Yo sólo deseaba que todo terminará, en vez de tomar mi
corazón entre sus manos, golpeaba mi pecho, como si de falta de aire se
trataba, quería revivirlo, pero yo veía como latía, desde arriba y desde abajo,
quedan muy lejos, se habla distinto, se ve distinto, y en esta ocasión se
entiende distinto.
Con una fibra, comenzó a hacer mini cortes en los nervios de
mi corazón, mientras veía como sangraba se estremecía, no sé si era encanto o
todo lo contrario. Pero no lo olvidé.
Con un tenedor, abrió las costillas aún más y recordaba, con
lágrimas en los ojos, que la operación sería un fracaso por el pésimo
tratamiento y preparación pre quirúrgica que lleve a cabo.
No podía moverme, pero ahora entiendo porque mi abuelo
hablaba de ese dolor, en el momento en el que mi corazón dejo de sacudirse,
gradualmente, recordé desde los masajes, hasta el color de la tarjeta y el cabello
de la chica del transporte.
La operación había sido muy dolorosa, pero quizá en mi
ciudad es lo mejor, ya no me va a volver a doler. Mi pecho intacto, y unos
guantes de látex rotos, un largo respiro…
Otra muerte por operación de corazón, a pecho cerrado.
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